CULTURA TECNOLÓGICA Y EDUCACIÓN
Àlvar Álvarez Revilla
Roberto Méndez Stingl
(Extracto)
El otro punto que queríamos revisar en este apartado es la
concepción restringida de tecnología. Las actividades y
productos de la acción del hombre traspasan la mera
construcción de herramientas y máquinas y se pueden
entender mejor si las agrupamos en cuatro figuras:
tecnologías organizativas, tecnologías artefactuales,
tecnologías simbólicas y biotecnologías. Conviene señalar, por
otro lado, que esta cuatripartición no tiene como objetivo
establecer unos compartimentos independientes, sino, al
contrario, proponer unas distinciones básicas: más bien se trata
de considerar el componente dominante de las tecnologías,
pues todas ellas participan, en mayor o menor medida, de
componentes artefactuales, biológicos, organizativos y
simbólicos.
Una de esas cuatro figuras estaría compuesta por las
tecnologías predominantemente organizativas; éstas
establecen reglas de acción para agentes humanos
secuenciando, por ejemplo sus gestos, sus movimientos, su
fuerza o sus habilidades. Su característica más notable es que
no son identificables con ningún objeto, no son tangibles y, sin
embargo, comportan unas modificaciones elaboradas. Si
pensamos, por ejemplo, en una actividad como la caza, no
podemos hacer una correcta reconstrucción ni comprender su
eficacia si únicamente consideramos el ajuar de un cazador
primitivo: es imprescindible sumarle a éste no sólo las
capacidades orgánicas como la vista, el oído o la velocidad en
carrera, sino que hemos de prestar atención a las técnicas para
distribuirse en el territorio; hacer una batida, por ejemplo,
comporta que la acción del grupo esté perfectamente
coordinada. También la guerra es una práctica en la que la
organización desempeña una función fundamental, y no sólo si
se piensa en épocas pasadas, donde la organización era uno de
los principales recursos de la estrategia y de las acciones
tácticas, como el caso de las falanges griegas (capaces de
equilibrar la inferioridad numérica de un bando). Estados
Unidos y las Naciones Unidas no ganaron la “Guerra del
Golfo”, en 1992, sólo por la superioridad de sus aviones, de
sus ordenadores y de sus misiles, sino también por la
capacidad organizativa de mantener un ejército de medio
millón de personas en el desierto (con todo lo que ello supone:
suministro de alimentos, distribución de armamento, recogida
de residuos, comunicaciones familiares y oficiales…). Pero,
las tecnologías predominantemente organizativas no
desempeñan su papel únicamente en las actividades de los
grupos humanos en el territorio o en las hostilidades con otras
comunidades, sino que también forman parte del tejido
sociotécnico de las relaciones de una comunidad, de su
organización, pues gestionan la distribución de bienes y el
reparto de lugares y funciones de las sociedades. La historia de
las instituciones también forma parte de la historia de las
tecnologías organizativas: desde la familia hasta todo el
repertorio de instituciones para gobernarse y dirimir conflictos
de las que se dotan las comunidades.
Otra figura estaría compuesta por tecnologías
predominantemente artefactuales, esto es, tecnologías cuya
dimensión física proporciona una unidad identificable,
integrada por componentes materiales que, además, ocupan un
espacio y gozan de cierta independencia de los agentes
humanos para desarrollar su actividad. Son, precisamente,
aquellos objetos identificados comúnmente como tecnología:
desde los relojes o radiadores, hasta los misiles tierra-tierra,
pasando por los trenes, las bicicletas… Detengamos en una de
ellas: los molinos de viento. Primero hay que decir que éstos
no eran un artefacto sin más, obvio y neutral, sino un sistema
tecnológico que comportaba un régimen nuevo para moler el
trigo, pues, entre otras muchas cosas, implicaba para la zona la
obligatoriedad de moler en el “molino del rey”, quedando así
prohibida la moliendo particular: su significado incluía la
centralización y la fiscalización. Los campesinos que
destruyeron los molinos experimentales de Leibniz han pasado
a la historia como obtusos y supersticiosos que no aceptaban y
temían las mejoras tecnológicas. No disponemos de los
panfletos ni de las conversaciones de dichos campesinos, pero
podemos interpretar su acción como el resultado de una
evaluación negativa: deseo de no perder su autonomía, ni ver
aumentados sus impuestos. ¡Había muchas personas, además
de don Quijote, que veían los molinos como gigantes!
La tercera figura la representarían las tecnologías
predominantemente simbólicas; éstas se identifican con
signos, rituales, símbolos, representaciones geométricas y
topográficas, etc. Son técnicas de representación y de
construcción: reproducen o construyen un estado de cosas
substituyendo los componentes reales por signos o bien, a
partir de éstos, describen propiedades y relaciones entre las
construcciones de signos. La moneda es un ámbito de acción
simbólica genuinamente constructivo, un mundo creado con
signos y rituales, un mundo de acciones comunicativas ligadas
a otras organizativas y a disponibilidades artefactuales que nos
muestra que la posibilidad de producir acontecimientos no es
exclusiva de la acción físico-material, y con ello nos muestra
que no hay ningún salto entre la acción simbólica y la acción
físico-material. Pensemos ahora en la estadística. No se trata
de recordar los fraudes ni las estadísticas inventadas, sino de
evaluar los trabajos realizados siguiendo correctamente las
directrices al uso. Su principal valor no deriva de su potencia
explicativa —sujeta a infinidad de contingencias como: quién
encarga el estudio, quién lo elabora, qué ítems se seleccionan,
cuál es la muestra, cómo se ordenan los datos...—, ni de su
precisión descriptiva, sino de su poder persuasivo. En el caso
de estadísticas predictivas se trata de una persuasión peculiar,
pues la propia predicción estadística contribuye a su
verificación posterior. A través de la selección del vocabulario,
la simplificación de las respuestas (en disyuntivas o grados
numéricos) y la restricción de situaciones u opiniones posibles,
permiten la construcción de los eventos: “la mayoría”, “la
minoría”, “otros”, etc. Hay que añadir que la publicación de la
encuesta, legitimada por su tratamiento estadístico es ya un
elemento de educación y socialización sobre alternativas
posibles. La estadística, aunque se autoproclame como una
actividad matemática pura, es más bien una práctica que
traspasa los límites simbólicos y sirve para legitimar y producir
actividades humanas. Otros ejemplos de esta figura serían: la
geometría, la cartografía, la aritmética…
Vale la pena detenerse todavía en la operatividad
simbólica. Uno de los prejuicios que impiden considerar la
operatividad simbólica como una tecnología es la idea de que
el significado de las palabras es un concepto mental y la
referencia de éste un objeto en el mundo o un estado de cosas,
es decir, la concepción que considera que el significado de las
palabras se constituye en un proceso psicofísico y que la
“naturalidad” y universalidad de dicho proceso garantiza la
objetividad y la correspondencia o adecuación entre los
sistemas simbólicos y el mundo. Fomentar y santificar el
divorcio entre los conceptos, entendidos como abstracciones
que recogen porciones del mundo, y la técnica, entendida
como una presencia externa, es uno de los supuestos que llevan
a separar la historia de la ciencia de la historia de la tecnología,
pero si queremos conocer la tecnología en acción, hemos de
modificar el estatuto que asignamos a los conceptos. Éstos
están ligados a operaciones simbólicas, con otros conceptos, y
a operaciones físicas. De ahí que la operatividad simbólica no
se dé en abstracto e independientemente de una tecnología de
representación, ni de los instrumentos implicados, ni de
actividades humanas en las que está involucrada.
Y, por último, consideramos biotecnologías a aquellas
tecnologías cuyo componente principal y predominante incide
sobre la vida biológica, seleccionando o creando primero un
producto y después manteniéndolo en la existencia,
protegiéndolo del resto del mundo; es decir, tratan de
manipular parcelas de lo vivo modificando o potenciando su
estado primigenio. Algunos ejemplos pueden ser: las
fermentaciones, la selección de ganado, la fecundación in
vitro, las vacunas o las dietas. La permeabilidad de esta figura
es tan ejemplar como la de las otras tres. Veámoslo en dos
ejemplos : las dietas y la fecundación in vitro. En el primer
caso, podemos decir que la presión de la industria química, con
la coartada sanitaria, ha propiciado unas legislaciones
restrictivas para los productos y aditivos que se encuentran en
las dietas tradicionales de diferentes culturas, fácilmente
obtenibles y que pueden ser utilizados con sencillos
tratamientos artesanales. La industria de la biotecnología está
contribuyendo a profundizar una biopolítica que tiende a
ilegalizar las dietas no tecnocientificadas. La fecundación in
vitro humana, por su parte, está construyendo todo un mundo
de paradojas nuevas, porque el nacimiento de un bebé crea
relaciones sociales, legales, biológicas, éticas dignas de tenerse
en cuenta: una criatura puede contar con tres madres: una
biológica, la propietaria del óvulo, otra uterina, la portadora
del embrión, y otra social, la destinataria del resultado final. Si
a este acontecimiento añadimos la posibilidad de realizar
pruebas genéticas a los cigotos, la fecundación in vitro puede
convertirse, además, en la nueva manera de practicar la
eugenesia social, o fomentar una biopolítica que seleccione el
personal de ciertas empresas, industrias, etc.
La reticencia existente en considerar algunas prácticas
como tecnologías descansa y se apoya en nuestra forma de
entenderlas y de enseñarlas: no nos sorprende hablar de
tecnología si nos referimos a cohetes espaciales o a satélites,
pero sí, si hablamos de la organización del trabajo, o de la
educación, la geometría o la aritmética. Buscar las razones de
esto es muy sencillo, nuestra cultura se niega a reconocer
que la posibilidad de producir acontecimientos no es
exclusiva de la acción físico-material.
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